Por favor, borra mi número. Bórralo porque no quiero que quepa la posibilidad de saber de ti en una tarde de domingo, mientras la voz de Elliott Smith llena mi piso y la lluvia cae detrás de la ventana como el vino que no dejo de echar en la copa más honda del armario de mi cocina. Bórralo porque estoy cansada de mirar la pantalla, ver que tú también la estás mirando y pensar que igual miras como yo esa conversación vacía tras haber borrado mensajes que prefiero no recordar que aquel día ebria te envié.
Por favor, borra mi número. No quiero querer decirte que decidí hacerme con aquel vestido que dijiste que debía comprar. No quiero poder enseñarte que aún desayuno el sandwich milagroso que preparábamos juntos los sábados por la mañana, ni quiero que te alegres porque conseguí el trabajo en el que siempre confiaste que me darían. No quiero dudar, sabiendo en el fondo, que si te alegras, es por compasión. Borra esa posibilidad. Borra mi número.
Bórralo porque no soy persona de quizases. Porque no quiero medias tintas. Porque tu quizás no es mi quizás. Porque tus quizases son la mayor forma de tortura para mis ratos en soledad. Porque mis quizases son de esperanza, los tuyos de cobardía. Porque tus “te echo de menos” a las tres de la madrugada no significan que vayas a volver.
Borra mi número porque tu autoproclamada libertad está acabando conmigo. Porque no soy el perro de tu vecino, con el que puedes jugar una vez a la semana sin más responsabilidad que tu propia diversión. Porque no temo decir que quiero que me quieran con seguridad, alguien que luchará antes de huir y que sabrá querer a alguien más que a sí mismo.
Borra mi número, porque yo voy a borrar el tuyo. Porque no quiero más puntos y comas al lado de un paréntesis que se cierra, sino un punto y final, cerrando para siempre este paréntesis. Así que, por favor, borra mi número.
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